el confeso
Quiero confesar públicamente (y por escrito, para que quede constancia para la posteridad) un vicio que tengo, que he tenido desde siempre y que seguiré teniendo, me temo, porque a mi edad es ya casi imposible erradicarlo. Es un vicio muy feo y muy condenable y que esclaviza a las personas y las convierte en seres ruines y despreciables. Sé que otros muchos lo tienen y no se atreven a confesarlo. Pero el hecho de ser común no lo hace menos horrible, menos imperdonable. No es precisamente el perdón de nadie lo que busco ahora, al declararlo. Sin más dilación: miento.
Yo no quiero confesar públicamente (y no me importa dejar constancia escrita de ello, porque la posteridad me trae sin cuidado) un vicio que no tengo, que nunca he tenido y que probablemente nunca tendré, porque a mi edad, si uno no ha adquirido un vicio, ya es muy difícil que lo vaya a adquirir. Es, desde luego, un vicio feo, pero no creo que haga merecedor al que lo tiene de condenación eterna. No creo tampoco que llegue a esclavizar por completo a las personas que lo padecen, ni que sean éstas merecedoras de calificativos ruines o despreciables. Otros muchos están tan libres de él como yo, y aquéllos que no lo están son más bien dignos de nuestra compasión. Bien haríamos en perdonarles. Y en cuanto a mí, no hace falta ningún perdón. Porque puedo declarar sin vacilación: yo no miento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario