Se trata de contar una historia.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

43. El confeso

el confeso

Quiero confesar públicamente (y por escrito, para que quede constancia para la posteridad) un vicio que tengo, que he tenido desde siempre y que seguiré teniendo, me temo, porque a mi edad es ya casi imposible erradicarlo. Es un vicio muy feo y muy condenable y que esclaviza a las personas y las convierte en seres ruines y despreciables. Sé que otros muchos lo tienen y no se atreven a confesarlo. Pero el hecho de ser común no lo hace menos horrible, menos imperdonable. No es precisamente el perdón de nadie lo que busco ahora, al declararlo. Sin más dilación: miento.

y el inconfeso

Yo no quiero confesar públicamente (y no me importa dejar constancia escrita de ello, porque la posteridad me trae sin cuidado) un vicio que no tengo, que nunca he tenido y que probablemente nunca tendré, porque a mi edad, si uno no ha adquirido un vicio, ya es muy difícil que lo vaya a adquirir. Es, desde luego, un vicio feo, pero no creo que haga merecedor al que lo tiene de condenación eterna. No creo tampoco que llegue a esclavizar por completo a las personas que lo padecen, ni que sean éstas merecedoras de calificativos ruines o despreciables. Otros muchos están tan libres de él como yo, y aquéllos que no lo están son más bien dignos de nuestra compasión. Bien haríamos en perdonarles. Y en cuanto a mí, no hace falta ningún perdón. Porque puedo declarar sin vacilación: yo no miento.

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