Se trata de contar una historia.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

42. Y Huatpochinco no se ve ni a lo lejos


Menos mal, hemos tenido suerte. Ha sido una gran suerte descubrir el cartel. Porque tal como está, tirado en la cuneta, quizá por culpa de alguna tormenta de hace no sé cuántos años, y medio tapado por los yerbajos, lo más fácil habría sido que pasáramos de largo, sin verlo. Pero lo hemos visto, qué alivio, y lo pone muy clarito, que aunque las letras están un poco borrosas, los números son bien visibles: sólo nos faltan trece millas para llegar a Huatpochinco.
Tiempo era. A mi caballo buena falta le hacía un poco de descanso y también un pesebre rebosante de forraje fresquito. Con lo bien que se ha portado, el pobre, ni un relincho de protesta en todo este tiempo, al galope todo el día, sin probar más que el pasto medio seco de estas praderas amarillentas. Y a mí, para qué decir cómo me sentaría un baño calentito y un buen afeitado. Y una comida casera. Y dormir catorce horas seguidas en una cama con colchón de plumas. Qué quince días llevo desde que dejé el último pueblo, comiendo conservas y durmiendo al raso en el duro suelo, sin más abrigo que una triste manta vieja, sin afeitar, cabalgando todo el día. Y cualquiera se baña en estos ríos de agua helada en pleno mes de febrero.
Y es que he llevado una vida dura estos dieciséis años, desde que tuve que matar en defensa propia al Sheriff de Chirihuaco, qué duelo aquél. Huyendo, huyendo, siempre huyendo. Y pensar que yo no era más que un crío, diecisiete años tenía, cuando me vi obligado a hacerlo.
Es por eso que aparento el doble de la edad que tengo. Qué mujer va a fijarse en mí si no le pago, con esta pinta de cow-boy viejo y sucio como mi caballo, sin nada que ofrecer, sin nada de nada. Me acuerdo ahora de la hija de aquel granjero que nos hospedó unos cuantos días y fue tan bueno con nosotros. Mary se llamaba, qué bien cocinaba, y no tendría más de dieciocho años, pero qué ojos negros. Creo que fue la última mujer que me sonrió, y hace tanto...
Bueno, dejemos ahora los pensamientos tristes y los recuerdos, que ya falta poco para llegar a Huatpochinco. Por cierto, qué raro, en el cartel ponía que sólo nos faltaban diecinueve millas para llegar a Huatpochinco, y el cuentamillas de mi caballo indica que ya hemos recorrido más de veinte millas desde que encontramos el cartel. Y Huatpochinco no se ve ni a lo lejos. Qué raro. Tal vez la tormenta fue un verdadero huracán y arrastró el cartel unas cuantas millas. Eso debió ser. De todas formas, Huatpochinco debe estar muy cerca de aquí.

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