Se trata de contar una historia.

jueves, 6 de noviembre de 2008

04. ¿Callejón sin salida?

Veamos. A la derecha y a la izquierda, viejos caserones vacíos. Antiguos inquilinos deportados, por indeseables. Puertas y ventanas enladrilladas. Letreros de «se vende», o se alquila, o carteles electorales.
El pavimento adoquinado permanece intacto todavía. Alineadas en el centro, equidistantes, higiénicas cloacas, bien precintadas. Y sin embargo se escapan murmullos, ecos de chapoteos pertinaces; ya se acabó la sequía.
Arriba, escuchan las cornejas encaramadas en hilos de teléfonos trans­versales.
Aquí y allá, farolas reconvertidas. Cristales polvorientos, lumbreras ausentes. Perchas para candidatos, como sus belfos, colgantes. En lo grueso del mástil, a la altura de los ojos, pasquines institucionales, «debes ejercer tu derecho al voto». Más abajo, en papeleras amarillas con el anagrama del alcalde, anidan ratoncillos blancos, como el algodón de suaves.
En los solares comunales, jóvenes agricultores abonan la tierra por el método revolucionario de inyección intravenosa. Brazos desnudos al sol. Bien vallados. En las tapias antisépticas, como la nieve blancas, brillan los bandos rebosantes de ordenanzas municipales.
Luego un panorama de rejas de hierro: los cierres de seguridad del national bank. Enfrente, la verja de la comisaría. Carteles de «se busca» pegados en los contenedores de basura.
Enfrente, la fachada ocre del gran cuartel trifásico luce, sobre la bandera, su lema prometeico: «por tierra, agua y aire, ven, elemento, y sirve a la patria madre».
El palacio de justicia, con su servicio de guardia abierto en el sótano, contribuye con el suyo: «cal y agua; pan y canto».
Entreveradas, las mansiones de las putas japonesas, que son las mejores.
Interminable, la alambrada de la flamante institución penitenciaria. Dentro, es una pena, los pobres muchachos que no supieron labrarse un futuro recogen tristes cosechas de microscópicos gusanitos mutantes.
Por ahí salen los camiones, cargados de residuos, del hospital atómico.
Por este camino se dirigen veloces, para descargar, al cementerio pro­vincial. Para fabricar las cruces, hubo que arrancar los cipreses hace mucho tiempo.
A lo lejos se divisan los verdes campos de fútbol.
Y las partes traseras de la iglesia, inmaculadas, apuntan hacia Tierra Santa.

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Al fondo otra alambrada. Quizá la misma. Muy alta. Probablemente electrificada. Detrás, todavía, escombros, desperdicios, inmundicias. Ratas, buitres, niñas muertas. Más allá el terraplén del ferrocarril. Sólo un tren cada día. Cada noche. De izquierda a derecha, desde Oriente hasta Occidente, bajo el cielo impasible, un expreso, cargado de pasajeros. En la locomotora, una antena parabólica: el trayecto de regreso, ¿será por otra vía?

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