Se trata de contar una historia.

jueves, 6 de noviembre de 2008

03. Historia española del teatro de guiñol

Y entonces matamos a todos los políticos, a todos sin dejar ni a uno. Primero al rey. Luego a la reina. A los príncipes y princesas, infantes o sucesores. Les cortamos las cabezas. Aristócratas y nobles, duques, marqueses, condes y vizcondes, baronesas y barones. Caballeros, hidalgos, infanzones. Y a todos sus parientes, naturales o políticos. Y a sus heredadores.

Flis, flas,

la guillotina sin parar,

y el público cantando:

a decapitar, a decapitar.

Luego al presidente del gobierno (o ya de la república). Le cortamos la cabeza. Y a los ministros, subsecretarios y secretarios generales. Gobernantes, directores, delegados, inspectores, administradores, auditores, recaudadores. Uno por uno, los matamos a todos. A todos los demás presidentes, vicepresidentes, consejeros, gobernadores, alcaldesas y sus tenientes, concejales. Liquidamos a los diputados, representantes, asambleístas, legisladores sin dejar ninguno. Matamos a los jueces (juzgar sin ser Dios). A los magistrados, fiscales, abogados, togados y procuradores. Defensores, representadores. Notarios y albaceas. Sin juicios previos. Y a sus sustitutos y suplantadores.

Clic, clac,

el hacha contemplamos

subir y bajar,

y todos cantamos:

hay que hachear, hay que hachear.

En cuarto lugar al pregonero: matamos a todos los heraldos o políticos noticieros. Redactores, reporteros, columnistas, articuleros. Comunicadores, enviados, chafarderos. Voceadores y voceros. Comentaristas, locutores, opinadores, entrevistadores, presentadores. Microfonistas y pantalleros. Corresponsales y colaboradores.

Chuuic, chuac,

el espadón filoso

venga a rebanar

cuellos, y todos cantando:

hay que degollar, hay que degollar.

Luego a otros políticos. A los banqueros los matamos despacio y con mimo. Les cortamos el pescuezo detenidamente a todos los usureros, prestamistas, economistas, contables y cajeros. A todo empleado de banco, presidente, directores, accionistas, consejeros, cobradores, aseguradores. Los matamos con alegría y también a sus herederos, clientes y colaboradores.

Ris, ras,

del serrucho largo el relumbrar,

oh, sus dientes de diamante,

y todos entonamos:

hay que serruchar, hay que serruchar.

A toda clase de soldados militares empezando por los capitanes y sargentos. Generales. A los guardias nacionales y locales, a los policías civiles y regionales. Comisarios, inspectores, investigadores. Guardias jurados y sin jurar. Guardianes, guardesas, guardaespaldas, guardagujas, guardabosques. Vigilantes, vigías. Cazadores y ojeadores. Carceleros, torturadores, verdugos. Los eliminamos a todos estos políticos y a sus retoños, vástagos y cachorros. Y a los soplones.

Yic, yac,

el alfanje turco

trabaja sin cesar,

y todos juntos cantamos:

sin cabeza no quedáis tan mal.

Decapitamos después a todos los demás adinerados. Empresarios, negociantes, especuladores. Capitalistas, presidentes, socios, accionistas, comerciantes, tenderos. A todo propietario. Ricos, acomodados, millonarios, burgueses. Traficantes, contrabandistas, distribuidores, mercaderes, explotadores. Terratenientes, ganaderos, armadores, constructores, ingenieros, arquitectos, promotores. Comisionistas, corredores, inversores. Vendedores, alquiladores, asesinos y ladrones. También a estos otros políticos y a sus sucesores.

A todos los burócratas, funcionarios, hasta el último oficinista y enchufados. Los degollamos también. Y a sus suplentes, sustitutos y suplantadores.

Por supuesto a todos los médicos doctores curanderos cirujanos matasanos especialistas enfermeras sanitarios auxiliares terapeutas asistentes. Políticos de la muerte. Y a los estudiantes y aprendices de doctores.

Los políticos de Dios. Monjas, curas, obispos, cardenales, prelados, tonsurados, papas, arzobispos, presbíteros, diáconos, canónigos, monaguillos, sacristanes, beatas, abades, priores, frailes, monjes... Guías, apóstoles, pastores. Los matamos sin confesión. Y a sus seguidores.

A todo tipo de científico, investigador, especialista a político sabio lo matamos. Filósofos y especuladores. Y a sus detractores.

Consideramos también político a cualquier profesor, maestro, catedrático. Pedagogos y educadores. Docentes, universitarios. Discípulos y empollones.

Y a los escritores. Todo escriba, amanuense, copiador, traductor, editor, mecanógrafa. Y a sus personajes y lectores.

Artistas y directores de películas, comedias y teatros. Críticos, políticos culturales y espectadores.

Políticos menores. Presidentes de vecinos, de comités. Fundadores, limosneros, benefactores. Sindicalistas, animadores, entrenadores. Jefes, secretarias, representantes, administradores.

Cabezas de familia, tutores. Padres autoritarios, madres posesivas. Hijos consentidos, mimados, caprichosos. Todo tipo de pariente, tía o tío entrometido. Los matamos a todos.

Plis, plas,

de Almanzor la cimitarra sin dejar

títere sano,

y todos a coro cantamos:

a descabezar, a descabezar.


Cae el telón.

Nos despedimos. No sin avisarles de que el próximo domingo, a la misma hora comienza la función. No sin advertirles que entre tanto permanecemos alerta; nuestros delicados instrumentos siempre prestos para volver a empezar. Y con aquellos que pretendan representar farsas de revolucionarios, políticos, con esos no vamos a tener piedad.

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