Se trata de contar una historia.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

27. En el estanque

Me desperté muy temprano la otra mañana y recuerdo que miré por la ventana y vi que era una mañana luminosa de veras, así que decidí levantarme de la cama y salir y acercarme hasta el estanque. Un poco de sol y de aire me sentaría bien, que después de todo la vida no es sólo quedarse en casa, dormir, comer, fumar cigarrillos, leer libros. No, están también el sol y el aire.
En el estanque se está bien: corre la brisa y se puede pescar, por eso decidí acercarme hasta el estanque, tomar un poco el sol y el aire y pescar.
Me levanté de la cama, preparé la caña, engrasé bien el carrete y coloqué los aparejos en la bolsa y puse también un impermeable. Salí de casa y dejé abierta la puerta para que saliera el humo de los últimos días. Bajé por las escaleras hasta el sendero que lleva de mi casa al estanque. Respiré hondo y miré al cielo y vi que no había ni una sola nube. Encendí un cigarrillo y eché a andar, con la caña al hombro, y comencé a cantar con voz clara:

Ay de mí, Linda Mary

Linda Mary, ay de mí.

La vida es dura y tú tan lejos,

Linda Mary, ay de mí.


El estanque queda cerca, y justo había terminado la canción y el cigarrillo cuando llegué al estanque. No es un estanque muy grande, es redondo y tiene como diez metros de diámetro. Aunque es tan pequeño, abunda la pesca en él, tanto, que no hay pescador que no pesque algo, siempre que aguante con paciencia los diez primeros minutos, esos son los peores. Y siempre que se trate de una mañana luminosa, en las mañanas grises no se pesca nada, y tampoco por la tarde, aunque sea una tarde luminosa. Tampoco se pesca si el pescador tiene encendida una radio, o canta o silba mientras intenta pescar, o hace más ruido del necesario para lanzar el anzuelo o recoger el hilo haciendo girar el carrete. Pero si se cumplen estas condiciones, que son como unas reglas necesarias para pescar y que todos los pescadores conocen, la pesca es siempre abundante. Siempre que se cumplan las reglas.
Yo siempre cumplo las reglas, por eso pesco tanto siempre, y además hago caso de la tradición. Esta tradición es muy vieja, y si la respetas la pesca es aún más abundante. Lo que hay que hacer es muy sencillo, cuando llegas al estanque comienzas a dar vueltas a su alrededor, muy despacio y mirando atentamente al agua, hasta que veas asomar la cabeza al primer pez, cosa que nunca tarda mucho en suceder porque hay muchos peces en el estanque y además suelen asomarse frecuentemente a la superficie. Entonces, en ese lugar desde el que has visto el primer pez, en ese lugar detente, y desde ese lugar echa la caña y ya no cambies de lugar en toda la mañana. Esto es lo que dice la tradición y yo siempre hago caso de esto que dice, y así a veces he pescado hasta setecientos peces, que es el mayor número de peces que se ha pescado en el estanque.
Sucede que el estanque es muy frecuentado por los vecinos y uno casi nunca pesca solo, casi siempre hay que compartir el estanque con otros vecinos, pero esto no está mal, porque todos saben que en el estanque hay pesca para todos y todos los que van allí van a pescar y esto es una suerte porque nunca van curiosos a observar cómo pescan los demás. Todos los vecinos que van al estanque van allí a pescar.
Aquella mañana llegué al estanque el primero porque era muy temprano y todavía no había ningún vecino pescando. Pero nada más había pescado cuatro peces cuando llegaron dos vecinos con sus cañas al hombro. Llegaron casi a la vez, cada uno por el sendero que lleva desde su casa al estanque. Me saludaron casi a la vez, moviendo la mano, y yo les respondí de la misma manera. Comenzaron a dar vueltas alrededor del estanque, como aconseja la tradición. El primero que había llegado tardó muy poco en ver a su pez y se colocó en su sitio, casi frente a mí y echó la caña. El segundo tardó un poco más en ver a su pez. Cuando lo vio se colocó en su sitio y quedó a mi derecha y echó la caña.
Y así estuvimos los tres un buen rato, pescando, felicitándonos unos a otros con una sonrisa o inclinando la cabeza cada vez que el pez capturado destacaba por su tamaño. Luego llegaron más vecinos, de uno en uno, hasta doce vecinos, y había pesca para todos, una buena pesca.
Pero a media mañana el cielo comenzó a nublarse, el día se puso gris y cayeron las primeras gotas de lluvia. Todos los vecinos nos pusimos los impermeables que habíamos llevado. Los impermeables crujían, pero sabíamos que daba lo mismo, que no importaba que hiciéramos ruido porque ya no íbamos a pescar más. Algunos vecinos empezaron a cantar y otros encendieron sus radios portátiles.
Cuando todos los demás estaban todavía recogiendo su pesca abundante para volver cada uno a su casa, yo ya había tomado el sendero que lleva de vuelta a la mía, porque yo no tengo que recoger mi pesca y cargar con ella, tengo la costumbre de devolver los peces que he pescado al estanque. Encendí un cigarrillo y eché a andar con la caña al hombro y comencé a cantar con mi voz elegante:

Ay de mí, Linda Mary

Linda Mary, ay de mí.

La vida es dura y tú tan lejos,

Linda Mary, ay de mí.

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