Se trata de contar una historia.

jueves, 6 de noviembre de 2008

02. El eclipse

No soy capaz de escribir. Lo intento todos los días, todas las tardes, todas las noches. A veces lleno de ilusión, a veces con desconfianza, a veces me desespero y me dan ganas de llorar. Hago esfuerzos ímprobos de todo tipo: innovadores, renovadores, sostenidos. Me enfrento a la magna tarea con tesón, con gallardía. Si veo que tal, ensayo en diversos lugares, hasta en los más insospechables. Frecuento todos los rincones de la estancia, fatigo el pasillo. Pruebo en diferentes posturas. Cambio el color de la luz. Trastoco papel y pluma. Permuto las palabras, el tono, las fuentes. Mezclo géneros y estilos.
Abro las ventanas y observo, y miro. La ciudad, la carretera, los árboles. Y nada consigo. No soy capaz de escribir: no sé cómo voy a ganar el pan para mí y para los míos.
Tal vez sea que con este último cambio de domicilio me he instalado en una mediocridad en absoluto áurea: desde un sexto piso con azotea abierta al infinito cielo, he descendido a este tercero con sólo terraza enfrentada al ancho horizonte que separa aquél del suelo. Así es corriente que nunca me encuentre con la Musa cuando vuela etérea por las alturas.
Y como ya nunca bajo a la calle de noche, por causa de la inseguridad ciudadana, tampoco me la tropiezo si anda por ahí de bohemia, como antes, borracha, fértil y despendolada.
Tal vez se ha producido un eclipse en mí carrera literaria. Cayó la noche, las estrellas titilan solas en el firmamento. Mi poesía ideal es como aquella luna, llena, redonda: necesita que el sol, inspirador oculto, le proporcione bien de luz para reflejar. Pero entre la una y el otro se ha interpuesto la Tierra Madre. Y, ay, en ella vivo yo.

No hay comentarios:

Archivo del blog