- Me compra una poesía, por favor, me compra una poesía.
Suplicaba el viejo del abrigo, en la esquina del mercado.
La gente pasaba deprisa. Muy pocos le compraban y muchos se reían.
Mi madre dice que le daba mucha pena y casi siempre le cogía alguna. El hombre sólo pedía por ellas la voluntad. No sé si mi madre las leía en la cola de la carnicería, o en el autobús, o si las tiraba enseguida en alguna papelera. El caso es que nunca trajo a casa ninguna.
El viejo del abrigo se murió el invierno pasado. Hace poco alguien ha publicado una antología de sus poesías.
Si pasáis por el mercado, veréis la esquina vacía.
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